'Ciegos en medio de la luz...'
Ocho
meses después de que Salinas descubriera a Katherine Whitmore en la última fila
del aula en la que daba sus clases sobre la generación del 98, en Madrid, y
cuando llevaba cinco o seis meses sin verla, pues ella había vuelto a Estados
Unidos, el enamorado contesta a una de sus cartas: 'Qué de noches me he
despertado, a altas horas, alarmado, como si hubiese oído un grito, y era sólo
mi alma, que se preguntaba, anhelosa: '¿Te querrá aún?'. Sensación espantosa de
que en aquel momento, sin que yo pudiese hacer nada por evitarlo, tú
estabas empezando a dejar de quererme. Pero
tú, Katherine, con un tacto y una delicadeza incomparables, poco a poco, has
ido venciendo, has ido inclinándome a creer en una posibilidad de
nuestro amor. En la posibilidad
de nuestro amor. En la posibilidad esencial, básica, la interior. Y en la otra,
asimismo, alma, en la exterior. 'Nos
veremos. No lo dudes
nunca'. Así, ¡qué gusto, qué alegría! El niño débil que hay en mí se consuela
en estas palabras, se refugia en ellas, cobra ánimos y fuerza, cree en todo,
todo posible. Lo exterior
y lo interior. El plazo inmenso, sin límite, de querernos, y el plazo concreto,
con fecha de vernos. Mi alma, mi
vida necesitan saber que tu amor es posible lejos y cerca, entre tus brazos y
con tu sombra. Tenía un temor, inmenso. Se me representaba imposible.
Katherine, vas venciendo. Otra victoria tuya. No creas, no, que estoy seguro,
no, que no dudo ya. Eso no será jamás. Tu amor es demasiado precioso para que
yo me crea firmemente su dueño. Siempre temblaré, Katherine. Seguridad, nunca.
Confianza, sí. Ésa es la victoria que estás ganando, alma, lo mismo en lo
general que en los detalles. Tengo confianza. Vivo más tranquilo, camino por
mis días con menos recelo. Pero no olvido que la vida y todas sus grandes cosas
son eternas y momentáneas, y que de pronto en un instante podemos quedarnos
ciegos en medio de la luz, muertos en medio de la vida, solos en medio del
amor'.
Pedro
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