viernes, 15 de marzo de 2013

Lanzarse al absurdo

“La poesía existe o no existe; eso es todo. Si es, es con tal evidencia, con
tan imperial y desafectada seguridad, que se me pone por encima de toda
posible defensa, innecesaria. Su delicadeza, su delgadez suma, es su grande
invencible corporeidad, su resistencia y su victoria. Por eso considero la
poesía como algo esencialmente indefendible. Y, claro es, en justa
correlación, esencialmente inatacable. La poesía se explica sola; si no, no
se explica. Todo comentario a una poesía se refiere a elementos
circundantes de ella, estilo, lenguaje, sentimientos, aspiración, pero no a la
poesía misma. La poesía es una aventura hacia lo absoluto. Se llega más o
menos cerca, se recorre más o menos camino; eso es todo. Hay que dejar
que corra la aventura, con toda esa belleza de riesgo, de probabilidad, de
jugada. “Un coup de dés jamais n'abolira le hasard.” No quiere decir eso
que la poesía no sepa lo que quiere; toda poesía sabe, más o menos, lo que
se quiere; pero no sabe tanto lo que se hace. Hay que contar, en poesía más
que en nada, con esa fueza latente y misteriosa, acumulada en la palabra
debajo, disfrazada de palabra, contenida, pero explosiva. Hay que contar,
sobre todo, con esa forma superior de interpretación que es le malentendu.
Cuando una poesía está escrita se termina, pero no acaba; empieza, busca
otra en sí misma, en el autor, en el lector, en el silencio. Muchas veces una
poesía se revela a sí misma, se descubre de pronto dentro de sí una intención
no sospechada. Iluminación, todo iluminaciones. Que no es lo mismo que
claridad, esa claridad que desean tantos honrados lectores de poesías.
Estimo en la poesía, sobre todo, la autenticidad. Luego, la belleza. Después,
el ingenio. Llamo poeta ingenioso, por ejemplo, a Walter Savage Landor.
Llamo poeta bello, por ejemplo, a Góngora, a Mallarmé. Llamo poeta
auténtico, por ejemplo, a San Juan de la Cruz, a Goethe, a Juan Ramón
Jiménez. Considero totalmente inútiles todas las discusiones sobre el valor
relativo de la poesía y de los poetas. Toda poesía es incomparable, única,
como el rayo o el grano de arena.
Mi poesía está explicada por mis poesías. Nunca he sabido explicármela
de otra manera, ni lo he intentado. Si me agrada el pensar que aún escribiré
más poesías, es justamente por ese gusto de seguir explicándome mi Poesía.
Pero siempre seguro de no escribir jamás la poesía que lo explicará todo, la
poesía total y final de todo. Es decir, con la esperanza ciertísima de ir
operando siempre sobre lo inexplicable. Esa es mi modestia.” 

(PEDRO SALINAS)


El poeta, se lanza; al infinito, al absurdo.

martes, 12 de marzo de 2013

El exilio de Salinas, cuarta parte


''Aquí, puedo ser yo mismo''

El exilio de Salinas, tercera parte

"Por ti, mi Katherine, ella quiso irse de este mundo. Mi corazón ya era tuyo."

El exilio de Salinas, segunda parte

''Ese dulce instante, en el que encontré a mi amor''

El exilio de Salinas, primera parte.

''Los motivos por los que me exilié''

DE PEDRO A SU AMADA


     La vida antes parecía tener techo. Hoy, desde ti, tiene cielo.

            Hay cielo. A veces vivimos en él, otras no, pero lo hay. VI EL CIELO, LO ENTREVÍ.

            VIDA, GRACIAS, GRACIAS, POR ABRIRME EL CIELO. 

''Ciegos en medio de la luz'' (información complementaria)


'Ciegos en medio de la luz...'

Ocho meses después de que Salinas descubriera a Katherine Whitmore en la última fila del aula en la que daba sus clases sobre la generación del 98, en Madrid, y cuando llevaba cinco o seis meses sin verla, pues ella había vuelto a Estados Unidos, el enamorado contesta a una de sus cartas: 'Qué de noches me he despertado, a altas horas, alarmado, como si hubiese oído un grito, y era sólo mi alma, que se preguntaba, anhelosa: '¿Te querrá aún?'. Sensación espantosa de que en aquel momento, sin que yo pudiese hacer nada por evitarlo, tú estabas empezando a dejar de quererme. Pero tú, Katherine, con un tacto y una delicadeza incomparables, poco a poco, has ido venciendo, has ido inclinándome a creer en una posibilidad de nuestro amor. En la posibilidad de nuestro amor. En la posibilidad esencial, básica, la interior. Y en la otra, asimismo, alma, en la exterior. 'Nos veremos. No lo dudes nunca'. Así, ¡qué gusto, qué alegría! El niño débil que hay en mí se consuela en estas palabras, se refugia en ellas, cobra ánimos y fuerza, cree en todo, todo posible. Lo exterior y lo interior. El plazo inmenso, sin límite, de querernos, y el plazo concreto, con fecha de vernos. Mi alma, mi vida necesitan saber que tu amor es posible lejos y cerca, entre tus brazos y con tu sombra. Tenía un temor, inmenso. Se me representaba imposible. Katherine, vas venciendo. Otra victoria tuya. No creas, no, que estoy seguro, no, que no dudo ya. Eso no será jamás. Tu amor es demasiado precioso para que yo me crea firmemente su dueño. Siempre temblaré, Katherine. Seguridad, nunca. Confianza, sí. Ésa es la victoria que estás ganando, alma, lo mismo en lo general que en los detalles. Tengo confianza. Vivo más tranquilo, camino por mis días con menos recelo. Pero no olvido que la vida y todas sus grandes cosas son eternas y momentáneas, y que de pronto en un instante podemos quedarnos ciegos en medio de la luz, muertos en medio de la vida, solos en medio del amor'. 
Pedro